Mirada oscura

La música atronadora retumbaba en mis oídos. Mis amigos estaban a mi lado, bailando, disfrutando del ambiente juvenil que nos rodeaba. Miles de miradas se cruzaban, miradas cómplices, guiños, miradas de locura, miradas jóvenes que expresaban las ganas de comerse el mundo. Pero sólo una de ellas se clavó en mi y consiguió intimidarme, sobrepasar la barrera del respeto. No le di importancia e intenté continuar disfrutando de la noche.
No recuerdo el tiempo que pasó exactamente entre la primera vez que noté esos ojos fijos en los míos y la siguiente vez que sentí que estaba volviendo a suceder, de nuevo esos ojos oscuros me miraban.
Miedo, sentí miedo. Era extraño. Quise salir de allí, despejarme un poco, pensé que quizás eran ilusiones mías y la situación no transcurría como yo imaginaba. Pero, todo se confirmó cuando, al escabullirme de aquel sitio que vibraba al compás de los decibelios musicales, esos ojos me localizaron y se unieron a los pies para seguirme.
Me paré en la puerta de entrada y alguien me tocó el hombro, no cabía duda de quien era, reconocía esos ojos.
Me dijo que nunca había visto a alguien como yo, me lanzaba ''piropos'' que me resultaban hirientes, y me miraba como si fuera un objeto que ansiaba conseguir, me estaba haciendo sentir bastante incómoda. Comenzó a susurrarme palabras que yo consideré una falta de respeto. Quería llorar y huir.
Una de amigas pareció haberse percatado de la situación, me cogió de la mano y entramos en la discoteca de nuevo.
El ambiente parecía haberse vuelto áspero, la gente reía y yo sólo quería llorar después de haber asimilado lo que acababa de ocurrir. Quería irme a casa y dormir, necesitaba sentirme segura.
Eran las siete de la madrugada cuando decidimos marcharnos y así fue. Volví acompañada la mayor parte del camino a casa y no había ni rastro de aquellos ojos tan despreciables.
Cuando me quedé sola algo inexplicable ardió dentro de mi, el llegar sana y salva a casa me parecía una tarea imposible.
Tenía las llaves en la mano y andaba todo lo rápido que mis pies dolidos me permitían. Giré la esquina de la calle que me llevaría a mi refugio cuando alguien me puso un paño en la boca para que no pudiera pedir auxilio. Me había estado siguiendo sigilosa y disimuladamente hasta que me había alcanzado.
No me rendí fácilmente, luchaba y forcejeaba con coraje para escapar. Y gané la batalla, contra todo pronóstico, conseguí liberarme de aquellas asquerosas manos que tanto daño me hicieron durate el forcejeo. Abrí la puerta de mi casa, entre y caí derrumbada. Lloré toda la madrugada y día siguiente, aún tenía miedo.
Y ahora, me considero afortunada, quien sabe lo que esos ojos pudieran haber hecho conmigo, prefiero no pensarlo. Pero si pienso en que la situación que yo viví aquella noche tan odiosa es la que viven muchas más mujeres jóvenes y no tan jóvenes y la mayoría, desgraciadamente, no terminan del todo bien.
Y pienso que no nos merecemos tener miedo al volver a casa, no merecemos que se nos falte el respeto, no merecemos escuchar aberraciones, porque no somos seres inertes carentes de sentimientos, somos personas,  y como tales merecemos vivir sin las consecuencias que tiene, a día de hoy, ser mujer.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuidado

No me pidas que me calme